21 de septiembre de 2013, playa de Maspalomas (junto al Faro).

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Pedro y Berni un año antes. Travesía Maspalomas 2013

10:20 am: Mirando a la gente que partía hacia El Pajar (Arguineguín) con sus flotadores de localización en la mano y embutidos en sus neoprenos para hacer la Travesía Canaragua de 7.400 metros, una vocecita interna me preguntaba insistentemente: ¿serás capaz?

En algún momento, mientras despedía y deseaba suerte a Berni, este monólogo interno se hizo diálogo y la respuesta me la dio un tipo alto y barbudo que estaba a su lado y al que, en aquel momento, no conocía demasiado:

– “Un reto grande pasa por un sacrificio grande

20 de septiembre de 2014, playa de El Pajar (Arguineguín).

10:00 am: Un año después aquí estoy. Embutido en neopreno, con los sobacos y el cuello emborregados de vaselina y con el flotador de localización en la mano. Al frente, el faro de Maspalomas. Pese a sus 50,74 metros, desde aquí parece un mechero Clipper.

Suena la bocina de salida.

Tras un año de entrenamientos, de calentamientos de estilos, de ejercicios de técnica repetidos miles y miles de veces; de series de 25, 50, 100, 200 y 400 metros a todo tipo de ritmos, de test de todo tipo de distancias en piscina y en mar abierto; y de decenas de kilómetros de vueltas a la calma, me dispongo afrontar mi primera travesía de más 3000 metros (hasta este momento mi reto de mayor distancia).

10:20 am: Confirmo una vez más que la natación es un deporte, además de solitario y silencioso, enormemente sensitivo. Tanto que tus oídos reconocen cuando has entrado mal la mano en el agua, tus hombros te susurran si no haces bien el rolido, los codos te sugieren que los dirijas al cielo continuamente, las lumbares se quejan cuando no alineas bien las piernas y el cerebro identifica cuando tu cuerpo supera la barrera de dolores del calentamiento y pasas a tener el cuerpo a punto para la batalla.

No tengo ni idea de cuanto tiempo llevo nadando, pero siento que mi cuerpo se encuentra justo en ese momento.

10:45 am: Me invade la euforia. Voy cómodo, escondiéndome del agua, deslizando, con técnica. Rápidamente me digo: controla que esto no ha hecho más que empezar. Aún echando un poco el freno noto que avanzo rápido, sin tener reloj sé que voy a menos de dos minutos cada cien. Poco a poco el grupo con el que salí de playa se va quedando atrás y empiezo a ver la espuma de los que van delante de mi.

11:07 am: Llegada al punto intermedio (3.700 metros). Es alucinante la capacidad de adaptación del ser humano. De repente un cacho de plátano, otro de naranja y dos vasos de agua para bajar el gel de carbohidratos, flotando en el agua rodeado de cabezas amarillas y flotadores naranja y agarrado a una escalerilla se convierte en el mejor de los manjares en la mejor compañía. Aprovecho para intercambiar impresiones y echar una miradita a Montaña Arena. La vista de la costa es increíble. Sorprendentemente ni reparo en que estoy en mar abierto a, por lo menos, dos kilómetros de tierra firme.

Marcho de lujo. El ritmo que llevo es bueno y las condiciones son inmejorables: agua cálida, viento suave, sin olas y poca corriente. El faro ahora parece un bote de gas para recargar el mechero.

11:30 am: El principal atractivo de nadar en aguas abiertas es que el mar se comporta como la vida misma. Justo cuando crees tenerlo todo controlado se te vira la tortilla.

Comienza a soplar el viento y a levantarse olas. No hace falta ver a Maldonado dar el parte metereológico. Tras más de veinte travesías en todo tipo de condiciones te basta con las sensaciones que te transmite un simple gesto: sacar el brazo y notar agua hasta que lo metes.

Empieza el baile.

11:45 am: Llego a la escollera del muelle de Pasito Blanco, aunque parece que estoy en la montaña rusa del HolidayWorld.

Al vaivén ondulante de las olas se le suman que los bancos de algas a los que hace un rato atravesaba como un tiro, ahora me la devuelven cambiando los tiros por andanadas de flechas de costado siguiendo el rumbo de la corriente.

La escollera parece el dique Reina Sofía, ¿era tan grande cuando la miré anoche en Google Maps?

12:15 pm: Tres y a la derecha, tres y a la izquierda…no saques la cabeza, escóndete del agua, desliza, no pierdas la técnica…me hablo para animarme y no pensar en el dolor de hombros.

El varadero de Meloneras parece la ópera de Sidney. Empiezo a notar que no estoy deslizándome, que mis brazos empeñados en avanzar no contrarrestan la fuerza de la corriente.

Pánico. Después de todo el esfuerzo de un año, empiezo a repetirme: ¡no me jodas que no voy a acabar!

Me grito diez veces ‘calma’. Me recuerdo otras diez que estoy preparado. Aprieto los dientes y me repito a modo de mantra tibetano: «escóndete del agua, desliza, no pierdas la técnica…»

Descubro que en realidad estoy avanzando. Que la sensación de parón no es más que la monotonía del fondo y la velocidad a la que pasan las algas por debajo de mi cuerpo.

12:40 pm: Tras dos horas y cuarenta minutos nadando llego a la penúltima boya y me acuerdo del cuento de Pulgarcito. De alguna forma me imagino que somos diminutos Pulgarcitos buscando garbanzos en el mar. Garbanzos que al acercarte son boyas de dos metros cuadrados que guían nuestro camino.

Empiezo a distinguir las ventanas de la base del Faro. Y las banderas. Y algunos bultos que imagino que son personas.

A estas alturas tengo claro que mi cuerpo aguantará.

Me centro en ganarle la batalla a la parte de mi cerebro que me dice que ya basta. Que qué necesidad.

12:50 pm: Alcanzo la última boya. Por mi cabeza pasan las noches de frío y lluvia camino de la piscina de Valsequillo, los dolores de los entrenamientos, los tragos de agua, el olor a cloro, los estiramientos en el gimnasio, los masajes de Julia, la mala gana de salir de currar y tirarte un entreno de 4.000 metros a toda leche.

Recuerdo el descubrimiento, en la piscina de Los Lentiscos, de que una cosa es flotar, otra desplazarse en el agua, otra nadar; y otra, bien distinta, “nadar triple E”: eficaz, eficiente y efectivo.

Grito varias veces alto y fuerte, pero sólo yo me escucho. Dos buches más de agua para adentro.

12:53 pm: Después de dos horas y cincuenta y tres minutos recupero la verticalidad y pongo pie en tierra, justo al pie del Faro de Maspalomas, que ahora se levanta enorme a mi derecha.

Cientos de miles y millones de minúsculas endorfinas recorren mi cuerpo a modo de masaje reparador.

¡Lo conseguí!

Miro el reloj. Aunque te hayas dicho miles de veces que el tiempo es lo de menos, la costumbre de mirar el reloj cada vez que acabas una serie es lo que tiene: 2:54:40″

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12:54 pm: Oigo mi nombre y me giro. El tipo alto y barbudo, que un año después es mi trainer y amigo, me sonríe y me saca una foto.

A su lado, Berni me da un abrazo y me felicita.

Me acuerdo de Eli y pienso: “encargo concedido”

Gracias por todo a l@s tres.

13:15 pm: Me tomo una (1) bebida isotónica, un par (2) de cachos de plátano, pequeños lujos a los que tienes derecho tras pagar 45€ de inscripción.

13:16 pm: Me pregunto varias veces: ¿a quién se le ocurre dar a l@s participantes una ensalada caliente envasada en plástico con una pulguita de pan chicloso al acabar?.

13:17 pm: Me quito el neopreno y recupero mi epidermis.

13:18 pm: Regalo mi ensalada.

13:23 pm: 365 días, 27 horas y 3 minutos después, me siento orgulloso de ponerme mi camiseta. Por primera vez considero que me la he ganado.

Que hay que currársela.

Blanca, sencilla.

Sólo una frase: Yo entreno con Joel Pedroche.

Pedro y Joel antes de la travesía.
Pedro y Joel antes de la travesía.

2 respuestas a “Crónicas ensalitradas (por Pedro Melián)”

  1. […] Travesía de Maspalomas con distancias de 7400m, 2000m y 1000m. Después de entrenar a Berni y a Pedro, para la primera y segunda edición de larga distancia respectivamente, ahora me tocaba a mí […]

  2. Que emocionante leerte…….sabía que lo conseguirías……eres un crack¡¡¡¡¡¡¡

Replica a Angharad

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